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Foto: Marcella Echavarria










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PERU - EL MAESTRO DE LA CERÁMICA NIKKEI

Publicado por A CASA em 8 de Outubro de 2015
Por Marcella Echavarría

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El secreto de Carlos Runcie Tanaka está en una alquimia que mezcla influencias japonesas con peruanas a la perfección. En la escultura, la instalación y la cerámica, este artista encuentra poesía y fuerza expresiva.

Carlos Runcie Tanaka es un personaje enigmático: artista, ceramista y personalidad pública. Nacido en 1958 en Lima, este filósofo de profesión decidió dedicarse a moldear su visión del mundo con las manos. Su trabajo ha sido consistente, riguroso; muy importante para la historia del arte y la artesanía contemporánea en Perú. Ha participado en las bienales de Venecia, La Habana y São Paulo y su obra ha sido objeto de cientos de artículos de prensa. Ha hecho un sinfín de exposiciones individuales en sus 30 años de trayectoria; en 2012 fue publicado un espectacular libro retrospectivo sobre su trabajo.

Carlos inició su taller en Lima en 1978. Luego, estudió con el maestro Tsukimura Masakiko en Japón, con lo que reforzó un vínculo fundamental con sus ancestros japoneses y con la cocina nikkei –que, en ese entonces, apenas iniciaba en el Perú–. “Podemos hacer una analogía sencilla: sabemos que el plato pertenece a la mesa. Pues bien, yo quiero averiguar a dónde pertenecen mis cerámicas”, afirma el artista con plena consciencia de que su obra vive entre varios mundos. También admite que la cerámica japonesa le inculcó aprecio por formas como el tazón o el plato. Sin embargo, de su taller salen objetos que van más allá de lo utilitario.

El cangrejo es quizás la forma mas conocida de Carlos Runcie Tanaka. En sus palabras, “en invierno, las olas son inmensas y cubren la playa casi completamente. Entonces brotan pequeños cangrejitos para refugiarse en las aguas mansas. Luego llega el verano y algunos no pueden llegar al mar. Mueren y se secan con el sol. Como ellos, mi adorado abuelo murió en el mar un día de sol. Para mí, estos animalitos representan un vínculo especial ente mi herencia japonesa y su memoria”.

A Carlos le apasionan los rituales. Uno de sus preferidos consiste en hacer cangrejitos de origami para meterlos dentro de sus cajas de cerámica. Doblar cada pedazo de papel, seguir los pasos para llegar a las formas deseadas, le recuerda el ritmo y la repetición de la vida humana. Otro ritual que lo apasiona es la quema de sus piezas en el horno: “el fuego es el último paso, siempre impredecible y desconectado del ego del artista. El fuego me recuerda que la creación no es solo mía y que no tengo todo bajo control. Las piezas tienen su propia voz y muchas historias que contar”. La llama sella esa relación entre el artista y la pieza, tal como él mismo lo dice “yo me convierto en mi trabajo y mi trabajo se convierte en mí”.

La cerámica de alta temperatura (quemada a 1.200 °C o más) implica una percepción de este medio como un oficio ancestral y material. Esta definición convive con las instalaciones, que son materializaciones efímeras de un pensamiento con un vocabulario sutil y contemporáneo. Según Jorge Villacorta Chávez, uno de los autores del libro sobre Carlos Runcie Tanaka, “la solidez y contundencia de sus piezas cerámicas y la intangibilidad y virtualidad de la dimensión utópica de sus instalaciones fueron un signo de contradicción... la instalación, sin embargo, es una apuesta por parte del artista para recobrar la dimensión utópica del arte, la contemplación”.

Dentro de su interés por generar nuevas definiciones, la cerámica juega un papel importante, pues con ella se fabrican elementos cotidianos. Estos han sido víctimas de la marginalidad, al igual que otros tipos de artesanía considerados artes menores. Sin embargo, Carlos retoma este medio con la fuerza de una voz segura del mensaje que comunica. Elida Román dice en el libro sobre el artista que “la cerámica, el más abstracto arte plástico cuyo origen se remonta a los albores de la humanidad, técnica que en base a manipular la tierra con el auxilio del sol, el aire y el fuego, permitió al hombre crear formas que lo expresaran y vivieran con él, se convirtió en el omnipresente testimonio de culturas e individuos. Con este material, Runcie Tanaka forja su propio mundo plástico, convirtiéndose él mismo en crisol, fusionando el legado de antiguas y poderosas culturas”.

“El círculo está siempre presente en mi trabajo, es el símbolo del agua, un punto de partida y de llegada”, afirma el artista. Y, en palabras de Leslie Lee, otra de las autoras, “pareciera un círculo que se cierra casi perfectamente sobre sí mismo, en un movimiento centrípeto y centrífugo que remeda al torno y a la mano contrapuesta del artista (…). Las manos que han amasado y ‘pensado’ el barro repiten el mito de la creación del hombre, ofreciéndonos estas maravillosas puertas del espíritu, cajas de resonancia de la vida, que funden, en forma original y genuina, nuestro presente con nuestro pasado”.