La leyenda guaraní cuenta que una mujer morena, llamada Samimbi, era pretendida por dos bravos guerreros: Jasyñemoñare y Ñanduguasu. Una noche, cuando el primero suplicaba al cielo que lo ayudara a conquistar a la dama, vio en lo alto de un árbol un encaje plateado, nítido a la luz de la luna: el regalo perfecto para ganarse a Samimbi. Pero pasaba por ahí Ñanduguasu, quien en un ataque de celos mató con una flecha a su contendor.
El agresor trepó al árbol en busca del encaje, pero al tocarlo solo quedaron hebras de una hermosa telaraña. El remordimiento lo persiguió por meses hasta que, un día, su madre logró sacarle el temido secreto. La mujer pidió entonces a su hijo que la llevase hasta el árbol; al llegar vieron con sorpresa que en ese mismo sitio se encontraba un tejido idéntico al anterior. La mujer, queriendo consolar a su hijo –quien desde la muerte de Jasyñemoñare vagaba sin rumbo por el campo–, decidió regalarle un tejido igual al de aquel árbol. Para esto, la anciana estudió con mucha atención la ida y venida de las arañas mientras hilaban. Tomó sus agujas y, utilizando como hilo su cabello blanco, copió los círculos y rectas que dibujaban las arañas. Con ese regalo, logró sacar a su hijo de la tristeza y el remordimiento.
Esta es la leyenda que cuentan en Itaguá, la capital del ñandutí, en el departamento central del Paraguay. Allí, en cada calle, hay tiendas dedicadas a este tipo de encaje. “Todas las tejedoras somos artistas por naturaleza, por más analfabetas que seamos. Un trabajo puede durar meses enteros”, comenta Eliodora Ramos de Martínez, tejedora y autora de varios libros sobre el ñandutí.
Ña Chiquita, como le llaman cariñosamente, teje sin parar en su casa mientras cuenta cómo pretende documentar y recuperar dechados –puntadas– antiguos. “Me gusta trabajar sin apuros, con medidas exactas y diseños trazados en el bastidor”, comenta. Su gran innovación ha sido tratar el ñandutí como una obra de arte y hacerlo parte de cuadros populares entre turistas y estudiosos japoneses. La mujer teje desde cuando, a los siete años, lo hacía en las tardes de tereré –una especie de mate–, junto con su abuela y sus tías. “Mi mamá vendía y, con lo que ganaba, me compraba muñecas”, comenta.
“Antes, todo el tejido estaba destinado para adornar las iglesias con mantelería y ropas para los santos. Después, se comenzaron a tejer manteles para las casas, servilletas y apliques para las damas”, relata la artesana. Ña Chiquita es parte del grupo de mujeres de Tekojoja –liderado por las hermanas del Buen Pastor en Itaguá–, quienes se han lanzado a experimentar nuevas posibilidades con el ñandutí. Partieron del exuberante paisaje selvático, de las formas de las hojas, los volúmenes y colores de las flores y lograron una colección de inspiración botánica que le dio un nuevo aire a esta técnica ancestral.
Una versión eurocéntrica de la historia sostiene que el ñandutí vino de España en tiempos de la colonia. Allí es llamado encaje canario o encaje bordado de Tenerife. Se dice que los jesuitas llevaron la técnica a los países que evangelizaron. Existen documentos donde consta que nueve jesuitas canarios vinieron a las misiones del Paraguay. En esa época, hombres y mujeres hacían ñandutí como pasatiempo en las largas travesías y para adornar las Iglesias de la época.
Más adelante, tras la independencia de Paraguay, hubo una fuerte corriente nacionalista donde el objetivo era lograr el autoabastecimiento de todos los insumos con recursos del país, sin depender de Europa. Fue esta la época dorada del ñandutí, pues este no solo reemplazó, sino que superó los encajes que llegaban de Inglaterra, Bélgica y España.
El ñandutí se teje en bastidores generalmente redondos aunque también funciona con cuadrados. Con la revolución industrial y la decadencia del trabajo hecho a mano en Europa, los encajes dejaron de ser prioritarios. Por fortuna, el ñandutí continuó en América Latina, particularmente en Paraguay. Allí, constituye la base de la artesanía tradicional, un orgullo nacional y el sello de identidad de un país pequeño y, para muchos en el mundo, desconocido.